¿Quién me ha visto a mí de rodillas sobre un costado de una alfombra persa, contemplando con cierto pudor los dibujillos de la alfombra, algo así como unos leones a la caza de ágiles gacelas, y tigres encaramados en ornamentados árboles frutales, más la manada de elefantes recorriendo un remate boscoso...? Toda una película que no me parecía muy a tono con un sitio de oración. Pero, con tal de no mirar hacia donde Mi Bella Virgen Particular hacía el saludo al sol, y no sé qué otras posturas de yoga antes de sentarse a lo musulmán, intentaba yo ensimismarme en cualquier otra cosa...Miré de soslayo. La niña de la teta se había puesto a imitarla, y ella observó sus progresos satisfecha al tiempo que reprimía una mueca cómica... Yo, colorado como un tomate, impregnado el ambiente como estaba de tanta desinhibición, de un eclecticismo tal, no sabía a qué otro sitio mirar. Me costaba asimilar todos aquellos cambios en mi vida. Seguía militando en el casi medio desaparecido Partido Comunista de los Pueblos de España... Para mí seguir los pasos de la fe de mis padres ya era difícil, como para entregarme inconsciente a toda aquella mezcolanza. Hubo un momento en que dudé. Me sentí incluso ridículo. La mujer alta, mi paisana, enterita como estaba vestida de negro, y con aquel sol dorado bordado en su jersey, empezó entonces a rasguñar una guitarra que por ahí había, quería entonar el padre nuestro, ese padre nuestro conocido como el de Simon and Grafunkel. Entonces la mujer que yo amaba con locura, se levantó como despedida por un resorte y arrebatándole la guitarra dijo que aquel rasgueo de sevillanas no pegaba ni con cola, y que no estaba el ambiente como para canciones.
_ Estamos reunidos aquí, no a cantar la marimorena, si no por algo muy serio, muy serio, y muy triste_ dictaminó. Y en ese momento sentí que mis planes del día antes del atentado de pedirle que me enseñara a tocar la guitarra no sería buena idea en mucho tiempo.
_ Mi querida amiga, no te pongas así. Decía San Agustín que "Quien canta reza dos veces."_ Comentó Beato y luego añadió._ Necesitamos sacudirnos la tristeza y levantar el espíritu.
_ Está bien. Permitidme entonces que me encargue yo de la guitarra para darle el tono más adecuado, porque tampoco podemos dejar todo a la imprudencia. Habría que ser más modestos..._ Dijo ella, al tiempo que le lanzaba una mirada directa a la mujer alta y triste. Yo intenté entonces, llevado como por un sentido de empatía con la otra mujer, la cual parecía ser objeto de sus críticas e insinuaciones, intenté odiar a tan virtuosa maestra, Intentaba odiarla y no podía... Tanto me atraía su ángel como su demonio. Me pregunté a qué venía aquella actitud. Parecía celosa. La mujer alta, paisana mía de toda la vida, como ya he dicho, se había sentado justo en frente mío, y no muy lejos.
_ Sé cantar bastante bien el Ave María de Gounod. ¿Podría ser que luego lo cantase a capella? Y ¿si alguien me acompaña.?_ Comentó la advenediza "imprudente" con una sonrisa. Esa mujer y yo habíamos sido vecinos cuando éramos bastante niños. Sería de mi edad posiblemente. Luego, se inclinó sobre una bolsa armada de papel con logotipo de Dior, y buscó entre unos papeles. Sacó un cirio blanco y alto y se lo alcanzó a nuestro Beatón._ Toma, como te prometí.
_ Esta antigua iglesia tendría que ser sacralizada de nuevo. Y antes de que se vuelva a abrir al culto, así se hará. De momento, esta vela representará a nuestro Señor Jesucristo, Dios de vivos y muertos. Al rezar, pediremos especialmente por las almas de los que han sido arrebatados a sus familias en este horrible atentado. Y pediremos por sus familias. Pediremos también por la recuperación y la salud de los que en estos momentos se debaten entre la vida y la muerte en las ucis como consecuencia de la asesina barbarie. Y pediremos por nosotros.
Mientras Beato hablaba, colocó el cirio en un atril, que también la mujer alta había sacado de su bolsa. Cuando encendió el cirio, ya todo el mundo se había ido sentando formando un círculo en actitud de recogimiento. Me sorprendió que mi admirada pretendida, la que me había dado calabazas dos meses antes, se sentaran a mi lado, interponiendo tan sólo entre ella y yo la guitarra que posó en el suelo.
_ Ahora cantaremos y rezaremos el padre nuestro._ Nos dijo el hombre, sentándose. Ella volvió a coger la guitarra, y unos deliciosos arpegios de indudable inspiración mística comenzaron a emerger del instrumento, abriéndose como flores en el espacio. Entonces los que sabían ese padrenuestro empezaron a cantar. La música era la de sound of silence
Cuando acabamos, la mujer alta volvió a buscar en su bolsa. Mi amiga me dio con el codo antes de posar de nuevo la guitarra en el suelo. Sus ojos de soslayo eran todo un poema.
_ Con el permiso de los concurrentes quisiera también poder cantar aunque sea al final El Ave María de Gounod. Tengo aquí algunas partituras._ Y se la tendió a quien le había dado lecciones de modestia.
_ Esto es muy difícil. Y sin haber ensayado_ respondió taxativa mi amada. Mi amada tenía un oído privilegiado; Y de oído, era capaz de pillar al vuelo hasta el Ave María de Gounod, lo que parece ser un estudio o variación de una composición de Sebastian Bach. Pero no tenía ni idea de leer una partitura ni habría de intentarlo jamás.
_ Necesito cantarle a la Virgen. Somos amigas ¿verdad?_ Dijo suplicante la paisana pródiga y recuperada para la vida espiritual de aquella comunidad norteña.
_ Sí, claro que somos amigas. He sido yo misma quien te he invitado a esta quedada de oración._ Mi amada suspiró._ Pero, para empezar estamos interrumpiendo la oración.
_ Creo que si leo la partitura no me equivocaré en una sola nota.
_ Y ¿el acompañamiento? ¿Quién te da la entrada? Te puedes perder perfectamente sin acompañamiento.
Los que estábamos perdidos, sin entender nada de todo aquello, éramos el resto de los asistentes al acto. Claro que, todo sea dicho, la naturaleza del mismo acto era todo un ejemplo de la mejor improvisación. Entonces la mujer alta y triste volvió a mirar en su bolsa de Dior, y sacó un pequeño radio casete. Miró a Beato, quien se supone guiaba la oración, y este le concedió permiso con la mano.
_ Necesito levantarme._ Dijo ella.
_ Sí, claro. Adelante._ Le pidió Beato.
_ Me voy a acercar hasta el presbiterio. Cuando me de la vuelta, y mire hacia vosotros, pones en marcha la cinta.
Mientras la mujer triste daba todo este tipo de explicaciones miré a mi amada, sus ojos se habían abierto como espantados; Pero no se atrevió a decir más.
Beato le dio al play en cuanto la cantante se colocó mirándonos desde aquella inmejorable puesta en escena con el ábside al fondo, cayéndole un haz de luz que se filtraba desde un ojo de aguja que había en la parte de arriba de la puerta del sur casi a sus pies, un haz de luz que atravesaba casi lo largo de toda la nave de la iglesia hasta donde se suponía que habría ido colocado el sagrario en sus viejos tiempos. Música y luz inundaron un espacio que había sido lugar de ejecución entre sus ruinas cuando la guerra, ejecución de muertes injustificadas y fusilamiento de inocentes. No en vano, la antigua cárcel, hoy desaparecida, levantada un siglo antes del estallido de la guerra civil, había estado situada a muy pocos metros de la iglesia, en una pequeña sima al otro lado de la cuesta.
Entonces, cuando nuestra mezzosoprano empezó a cantar, se levantó también la niña y fue hacia ella corriendo. Cuando puso sus manos en las rodillas de la cantante levantando sus ojillos cautivados de admiración hacia la cara que cantaba, transfigurada en ese momento en una María Callas verdadera, las lágrimas empezaron a caer de los ojos de la mujer triste, recorriendo toda su amplia faz, mientras temblaba toda entera. Cuando acabó su amén cayó de rodillas abrazándose a la criatura en un mar de lloros.
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