_ Como decía mi abuelo: "Comunista-cristiano, el peor tipo de comunista que hay."
_ ¿Tu abuelo era capitalista?
Nos habíamos parado no se porqué, a muy pocos metros de donde yo vivía. El olor todavía dulzón del barniz reciente no podía emborracharnos en absoluto, porque hacía frío, no calor.
_ Fue emigrante italiano en Francia, acabada la guerra. Y se casó con una francesa.
_ Entonces fue fascista, de Mussolini, y al perder la guerra se las piró para un país lleno de colaboracionistas nazis. Todos, prácticamente habían sido colaboracionistas. Los adaptados, ante una crisis, sea la que sea, lo primero que quieren es seguir adaptándose, y comer...¿Sabes que el primer batallón que entró en Paris cuando se liberó esta ciudad, era de españoles exiliados, de republicanos medio locos, medio ilegales, medio delincuentes, que habían perdido la guerra contra el fascismo en España? ¿Lo sabías? Los perseguían como a ratas. Eran terroristas, y no tenían más elección que vivir fuera de la ley._ Me sonreí viendo como se le descomponían sus facciones por lo general valentonas._ Ellos fueron los primeros en organizar la resistencia en Francia contra los alemanes.
_ ¡Pero que estás diciendo! No me cuentes La Historia._ Interrumpió ella escandalizada._ Mi abuelo era una persona de cultura.
_ Pues de eso mismo te estoy hablando, de cultura, de Historia Universal de principios del siglo veinte, de este puto siglo- perdón por la expresión-. Lo sé porque hice el PREU, aunque no me gradué, no porque lo haya visto en las películas.
Decidí mostrar mi carácter, en vez de seguirla en todo como un perrito faldero. Igual así me iba mejor._ Los nazis se preocuparon muy bien de ir sembrando su semilla del mal, la superioridad de la raza y todo eso. Tu abuelo era un ser superior, por lo que veo...
_ ¡Pero qué dices! Era católico. Sólo sé eso. Yo... No...No conocí a mi abuelo. menos hubiste de conocerle tú.
"Pero os conozco a ti, y a tu madre. Esa profesora de inglés, divorciada, y que por divorciarse perdió el trabajo que la ayudaba dignamente a mantenerse cuando la junta de padres de un colegio católico decidió despedirla porque divorciarse era un escándalo. La conocía, conocía a su madre, culta indigente, pobre vergonzante, que vivía de dar alguna otra clase particular, miserablemente pagadas, todo hay que decirlo, porque para pagar el alquiler del cuchitril de su apartamento donde vivía con su hija la pequeña, fruto del adulterio y del pecado, no la llegaba, siempre tenía que recurrir a la hucha de su hija la segunda, la cual vivía ya independiente, Mi Pobre Pretendida, Pobre como un Ratoncillo Gris, rascando horas extras en restaurantes de segunda o tercera con alojamiento pagado, y todo esto, en un pueblo lleno de gente con pretensiones, mezquina, pronta a igualarse con los ricos que veraneaban en el pueblo."
Todo esto, todo esto pensé para mis adentros. Y de pronto sentí que no tenía porqué seguirle el rollito a nadie con complejo de superioridad. Hice un gesto mirando hacia atrás, hacia mi casa. Noté entonces una leve inquietud en ella, casi un breve temblor. La noche venía brava.
_ Los primeros cristianos lo compartían todo. ¿Qué otra cosa fue si no comunismo, el cristianismo primitivo?_ Dije como para hacer las paces.
Ella volvió a reírse, agitándose toda entera su mata de pelo rizosa y oscura por la oscuridad. Yo sabía bien que su pelo brillaba como el bronce con el sol, y se oscurecía como la pez cada vez que llovía._ Todo, menos sus esposas y esposos, puntualizó ella, coqueta y aleccionadora, al tiempo que remarcaba su sentencia con aquel gesto cómico de su dedo índice. Era muy mandona. me pregunté si me gustaban las mujeres mandonas, o simplemente me gustaba ella.
Seguimos entonces nuestro camino hacia la Plaza del Ayuntamiento donde arrancaba la calle. Por efecto de la luz que despedían los grandes escaparates habría dado la impresión de estar todo dispuesto para arrancar, si no hubiese sido por el silencio, lo que sin embargo remarcaba, y resaltaba aún más el letargo sostenido de una pequeña ciudad durante meses y meses, sin industria ninguna, sin otro acicate económico que el del verano y el veraneo. El gasto interior, de aquello que no fuera comida, era mantenido a lo largo del año por cuatro familias, funcionarios con sueldo fijo, solteros, o casados con un hijo a lo mucho. La gente todavía bebía el agua, el vino de las comidas, o la leche de la noche, o el café de la mañana, en los vasos de Nocilla . Las pocas tazas típicas del viejo regalo de bodas, o los vasos de wiski, aguardaban las raras ocasiones expuestas en las vitrinas. Una simple taza como las que tenía la ferretería El regalo en el escaparate te costaba lo que ganaba un extra de camarero en todo el fin de semana. Todavía no había ni una sola tienda de chinos en todo el pueblo.
_ Te acompaño hasta tu casa. Pero no tengo paraguas. No sé si se pondrá a llover.
_ Sí que lloverá._ Corroboró ella mirando hacia el cielo lleno de nubarrones todavía muy altos._ Pero de momento tengo el viento a favor. He dejado la bicicleta candada en un banco de los soportales de la Plaza de Abastos.
En el centro del pueblo daba gusto, porque todo estaba cerca. Uno pasaba el cuartelillo de la policía municipal, sita en un costado de la Casa de La Villa, cruzaba la carretera que iba hacia el puerto, y saliendo de una plaza, la del Ayuntamiento, entrabas en otra, La de Abastos, y luego cruzabas otra carretera más secundaria y salías a otra plaza, esta más pequeña, en la parte trasera del cine; En aquel momento histórico, cerrado, porque ya nadie iba al cine. El único negocio que había emergido de la noche a la mañana colonizando como champiñones el pueblo era el de los video clubes. Ibas, te tomabas una bebida, y veías una película de reciente estreno. A mí, ni me gustaba el cine, ni tenía dinero para esa clase de invitaciones. No creo que tampoco ella hubiese aceptado. Pero lo cierto es que el domingo a aquellas horas, lo único abierto para tomarse un café y seguir conversando eran los video clubes. Metí las manos en los bolsillos. Tenía algunas monedas cambiadas del dinero reciente que me había dado la presidenta de la escalera. Necesitaba, de todos modos comprarme una cajetilla de tabaco, ir a donde estuviera abierto y tuvieran máquina. Los estancos como el de la Ferretería El Regalo estaban cerrados todo el domingo. Me estaba entrando ya el síndrome de abstinencia. De eso que pensara en video clubes a esa hora. Iba a sugerírselo, que me acompañara y se tomara un Colacao caliente, cuando, justo en ese instante, los oímos: a un hombre jurar, a una mujer quejarse sordamente y a un niño, lloriquear.
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