viernes, 16 de abril de 2021

 



    _ ¿Qué ha sido eso?_ Exclamó mi amiga. 

   Yo corrí hacia donde desemboca la cuesta que sube al Barrio Viejo. Había reconocido la voz baja y temblona, un poco ronca, de Mi Pobre Beoda. 

     _ Creo que esa mujer necesita de nuestra ayuda._ Dijo ella._ Ese hombre que está con ella, discutiendo, se le parece mucho._ Observó._ Puede que sea su hermano. Y ¡El niño! ¡Pobre niño!.._ Mi amiga visiblemente preocupada, enderezadora de entuertos, no sólo me adelantó, si no que se puso delante mío._ ¿Porqué discutirán?

     Creo que me puse rojo como la grana. Agradecí interiormente que ella hubiese tomado el testigo del "resolvedor de conflictos sin esperanza ninguna". Sentí ganas de huir, de arrancarla de allí mismo, de aleccionarla en cuanto a que jamás de los jamases habría solución de intermediación ninguna cuando alguien se inmiscuye en una riña entre borrachos. ¡Sabe dios porqué discutían! ¿Por el último lengüetazo a una botella de ginebra vacía? Si hubiera podido negar que conocía a aquella mujer, lo habría hecho.

   _ ¡Mamá, entra!_ Imploraba el niño desde el zaguán. La casuca daba directamente a la calle.

   _ Quiero que tu tío se marche antes._ Contestó la mujer. Y con la misma dirigiéndose a su hermano, le dijo con voz un tanto estropajosa_ No te voy a dejar entrar ¿Entiendes? Por muy hermano mío que seas. En ese estado tu no duermes la mona en mi casa. Vete a la de madre ¿No te la has quedado para ti solo? ¡Y bien grande que es!

    _ ¡Me cagúen...!_ Blasfemó el borracho. Estaba como una cuba y no se tenía. Perdió el equilibrio al levantar la mano amenazadoramente contra su hermana. El niño se abalanzó a defender a su madre.

   _ ¡No le pegues, maldito!- Gritó, y le metió a su tío una patada en la espinilla.

   _ ¡Oiga!_  Mi amiga, abroncando al borracho se interpuso casi entre los dos, haciendo simultánea e instintivamente que el otro no se callera al suelo._ Como no deje en paz ahora mismo a esta mujer y al niño ¡llamo ahora mismo a la policía!_ Y con la misma prorrumpió en su petición de auxilio._ ¡Policía! ¡Policía!

    Y en ese momento, el niño que al querer defender a su madre había salido del zaguán, miró hacia el final de la calle, y me vio a mí, medio  escondido al amparo de mi amiga, más alta que yo y más exaltada. Me reconoció

   _ ¡Felipe!_ Exclamó, casi, casi, en un clamor de alegría, invocando en su inocencia mi asistencial aparición, sin percatarse en absoluto, ni de mi cobardía ni de mi embarazo.

     Y él fue el primero que dijo mi nombre. Ahora, ya todos, todos los que lean estas páginas sueltas, sabrán mi nombre, el nombre de un cobarde de tomo y lomo, de un amilanado cagueta incapaz de reaccionar.

    Entonces la mujer que bajo su estado sobrio, todas las efes tenía: fea, flaca, fogueada, fofa, frágil, y fría, había girado también la cabeza hacia nosotros y..._ ¿Está Felipe?_ Preguntó.

    Su hijo ya corría hacia mí.

     El niño asió mi mano como si yo hubiera sido su salvador._ Este niño y su madre son vecinos míos._ Le dije a mi  amiga.

   _ Y él es Chinchorro, el borracho más conocido del pueblo, el que arma las mayores broncas. Creo que se ha hecho un casete ilegal en El Puerto Nuevo._ Respondió ella.

   El Puerto Nuevo había sido uno de los mayores dislates de la ingeniería de canales, caminos y puertos del pasado siglo, hablamos de los últimos lustros del siglo XIX. Ante el permanente y creciente problema del encenagamiento del antiguo puerto debido a las arenas que arrastra la corriente de la ría hasta su boca, los ingenieros del estado decidieron invertir muchos dineros y esfuerzo en proporcionar un nuevo puerto a esta villa marinera. La nueva localización fuera del abrigo de la atalaya fue garrafal. La rompiente de las olas tiraba abajo los nuevos muros en pocos meses. En cuanto se echaba encima la estación de galernas el Puerto Nuevo resultaba impracticable. El Puerto Nuevo nunca fue funcional, y al final quedó convertido en una especie de Puerto Fantasma, donde sólo a un loco se le ocurre construir un refugio al abrigo de sus ruinas, Ese era Chinchorro.

   _ Pues que se vaya allí, o al túnel, a soñar la borrachera, si es que este temporal se ha llevado su caseta volando por los aires._ Comenté, con cuidado de que el mismo Chinchorro, con los ojos y las piernas ya hechos fosfatina, no me oyese. Había que pasar un túnel que atravesaba la atalaya hasta el mar, para llegar por tierra al Puerto Nuevo. 

    El Chinchorro, al que, para esos instantes, le flaqueaban visiblemente las rodillas, se había sentado en el segundo de los cuatro escalones que suben a una plazuela colindante.

    _ ¿No pensarás montar guardia ahí, hasta que se vayan estos?_ Le preguntó su hermana._ Te veo toda la intención.

    _ No te preocupes. No nos iremos hasta que él se vaya._ Le tranquilizó mi amiga, la verdadera, Amiga en el amor de Dios, Mi Amor Platónico, Mi deseada. Luego pensé que Cristo nos pidió que amaramos a todo cristiano, incluso a nuestros enemigos. Y me quedé embobado viendo hablar a mis dos mujeres, mientras que la poca y mísera esperanza que yo albergaba de que algún día aquella beldad pura y virgen me correspondiera, la sintiera tan inaprensible como el agua que no se bebe y se escurre rápidamente entre los dedos. Entonces intervine.

   _ Mejor, bájate tú corriendo hasta la plaza donde has dejado la bici, ahí mismo tienes el cuartelillo de la policía._ Sugerí._ Además, es hora de que corras para casa. hace muy mal tiempo. Y no va a tardar en romper a llover, con ganas. Así que antes de que te cales hasta los huesos...

   _ ¡Una idea estupenda!_ Corroboró ella._ Doy parte, y que vengan y se lleven a éste.

       La hermana del borrachón se echó en los brazos de mi valentona amiga llorando como lloran los borrachos cuando lloran, a lágrima viva._ ¡No sabes cómo te lo agradezco, guapísima! ¡Eres tan maja, tan maja!

   Henchida de satisfacción, se despidió consecuentemente, la salvadora de los que allí nos quedábamos, aguardando._ Yo vigilo mientras tanto. No me importa._ Dije._ Vivo aquí al lado.

    _ Entonces ¿Yo, me puedo ir?_ Me preguntó clavando sus ojos  refulgentes en mi triste figura, refulgentes de clarividencia. Al menos, eso temía yo temblando. Y recé, recé otra vez para que no nos relacionara, a Mi Pobre Beoda, al hijo de ésta, y a mí. 


    Cuando Ella desapareció por la calle principal y el borracho amenazador parecía fuera de juego al estirarse, si se puede decir que se estiró aquel cuerpo enclenque y encogido, a lo largo y ancho del escalón. El niño, apretándome la mano me dijo: 

   _ Felipe ¿Tú, no te vas? ¿verdad? 

    Mi Pobre Beoda abría la puerta de casa.

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