miércoles, 7 de abril de 2021

Temor y esperanza 1

 

 

 

   El 20 de febrero de 1992, día jueves, un atentado de eta en la Albericia, segaba la vida de tres personas, causando además 21 heridos. Recuerdo que en los primeros días se habló incluso de siete muertos. ¿Cómo quedarían algunos de los heridos? Eso sólo lo saben ellos y sus familias. La medicina ha hecho milagros, salva y ha salvado vidas. Posiblemente todas esas personas, que se salvaron por fin, arrastraron, y los que todavía vivan, arrastran, secuelas incluso graves.  El domingo de esa semana, día 23, quedamos, por razón de tan lamentable desgracia, para rezar, el pequeño grupo de nuevos amigos que me estaba echando, entre ellos estaría posiblemente la causante de este giro en mi vida, y aunque ella me amara únicamente con amor cristiano, creo que yo la había convertido a ella en mi auténtica religión. Iba a hacer lo que fuera por volverla a ver, por coincidir con ella tan sólo un instante. Lo mismo fuera, trabajo gratis por la causa, contribuyendo en aquel momento a la recuperación de La Iglesia de San Martín. Una aportación económica habría sido inviable por mi parte. Ese día cuando apareció Mi Bella, venía con ella alguien más. Y conocí a una persona, una mujer bien joven todavía. Nos contaba aún temblando que el azar la había llevado ese mismo jueves aciago a La Albericia, y que jamás antes había estado en La Albericia. Y que justamente había estado allí mismo, en el cuartel de La Guardia Civil...Que porqué la llamaron a ese cuartel, habiendo como había diez o doce cuarteles mucho más cerca, es un misterio. Y que de la misma forma misteriosa se libró por los pelos de perecer, mismamente de padecer, allí mismo, ese atentado, con las  personas que estaban esperando en la parada de autobús dirección Santander._ El mismo guardia civil de paisano, uno de los que me había ido a buscar a la estación de Santander- decía- acababa el turno justo a esa hora. Le debo la vida. Se ofreció a  acercarme a Santander nuevamente...Yo- todavía agitada por lo sucedido su voz temblequeó un momento.- Yo- repitió_ habría dejado huérfanos a mis hijos._ Y en ese mismo momento que nos confiaba toda aquella angustia, una niña de unos tres años vino corriendo y se encaramó a su madre para meterle la mano en el pecho... Esa chica se confirmaría meses más tarde, casi un año después de lo sucedido. Y su madrina de confirmación, la que también el azar cruzaría en su camino era una de esas llamadas "víctimas colaterales" que no constan en los memoriales ni en las listas de las hemerotecas de los periódicos. De Bilbao, y tan solo una  adolescente. Víctima también de eta, intentaba rehacer su vida con dos operaciones en el el cerebro a sus espaldas a causa de unos tremendos ataques epilépticos, invalidantes a lo largo de su corta vida, que vino a sufrir desde el día en que presenció al salir corriendo de la escuela con su mejor amiguita de la mano, con tan sólo cinco o seis años, como los padres de su amiga, que habían ido a recogerlas a la salida de la escuela recibían una ráfaga de metralleta desde un coche en circulación, que se dio seguidamente a la fuga... Asesinados por eta ante los mismos ojos espantados de unas niñas. Asesinos rondando las escuelas... Recuerdos que la mente intenta olvidar enterrándolos en el subconsciente. Recuerdos tan imposibles de digerir que causan una reacción de autodestrucción del cerebro que los guarda. La madrina de confirmación de esta mujer recién conversa, moría un poco o un mucho cada vez que convulsionaba... Yo la conocería años después. Pero esa madre joven que acababa de conocer, nerviosa, verborréica como diría un médico o un psicólogo, no dejaba de hablar de esa otra persona. Y, no sé el porqué de este circunloquio. Supongo que una cosa lleva  a la otra...  Estaba hablando de la banda terrorista ETA. (Haciendo el PREU, hace muchos años, decían los profesores que se me daba bien escribir; Pero que tenía que seguir estudiando.)

     El caso es que,  después de ese jueves, antes de acabar la semana, No había podido negarme a ninguna de las iniciativas de Beato... Todavía me veo a mi mismo cargando con aquella alfombrona que nos dio Maria Jesús, y que la víspera por la tarde el sábado, habíamos ayudado a retirar de su salón de más de 20 metros cuadrados._ Total, ya estamos mayores. Me ha dicho mi hija que la quite. Y tiene razón por que éste me la va a mear si no hoy, mañana._ Así que nada más despuntar el día. Vino Beato, y con la ayuda de la misma pécora que me exigía en el portal dos días antes un pantalón nuevo para su papá, cargamos la alfombra, yo que me la había echado al hombro, en el medio, y los otros en los extremos, porque la alfombra, aparte de haber podido por su propio peso tumbar a un cristiano, a mí me colgaba por delante y por atrás. El caso es que, como el edificio en que vivimos no está muy lejos de La Iglesia de San Martín, la llevamos andando. Subiendo la cuesta, no sé si sería aprensión; Pero yo juraría que me llegaban  lejanos hedores de los orines de Ramonín. Sin embargo, cuando llegamos y la extendimos en mitad de la única nave vacía, lució mucho, y vimos que de limpia que estaba parecía nueva.- Es persa, y de pura lana virgen- explicaba la mala pécora...No era mi vecina- ¡Menudo pastón que se gastaron mis padres en ella. A mí, porque no pegaba con el estilo de mi piso de Bilbao, que si no, me la llevaba. La única pega que tenéis es que no sé cómo vais a pasar el aspirador. No veo un triste enchufe._ El ayuntamiento ha levantado recientemente la cubierta. Este templo todavía no tiene toma de luz. Pero para eso tenemos las baterías de los coches.- Respondió Beato. Luego la hija de mis vecinos se largó con viento fresco. Y por la tarde allí volvimos a reunirnos: Beato en el centro, Mi Bella que no podía faltar puesto que, el bar de tapas donde trabajaba, cerraba el domingo después de las cinco. Una antigua vecina del pueblo, de quien la gente decía que había sido algo así como cupletista o trabajado en un bar de top-less en Madrid, y que había vuelto a la casa de sus padres en el puerto, visiblemente desmejorada... Casi ni la reconozco cuando la vi abrir la puerta y entrar, casi toda ella vestida de negro, con una larga melena de color castaño oscuro, y una bolsa como las de las boutiques en la mano. Pocos más éramos, aparte de dos piadosos muchachos de Bilbao, amigos de Beato que vinieron más tarde. Luego, también se nos unió más tarde, la joven nueva, madre de dos niños pequeños, uno de  ellos, la mamonceta frescales que le pedía el pecho por la mañana. Vivían en una antigua casa unifamiliar con huerto sita muy cerca de esa iglesia, prácticamente pegando. Y tanto puedo decir de ella que era una nueva joven, que se nos añadía al grupo, como que parecía una joven nueva, por su expresión, la de alguien recientemente renovado por dentro. Entró trayendo con ella a sus hijos.

     Y,  naturalmente, ¡se me olvidaba! Luego estaba yo ¡Yo mismo! 

   

  

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