El hotel donde trabajaba La Mari estaba en El Camino Alto a un lado de la carretera general, y prácticamente colgando del despeñadero, que era desde donde se gozaban las mejores vistas. Desde allí, tanto el jardín, como el aparcamiento, como el salón de su cafetería, o cada una de sus cuarenta terrazas independientes, proporcionaban excelentes puntos de avistamiento donde, lo que abarcaba la mirada en proporciones inmejorables, le permitía, al afortunado que allí pudiera alojarse cualquier cómodo fin de semana, prescindir incluso de prismáticos. Era un verdadero mirador de la hermosa bahía, una de las más bellas vistas del continente.
Casi todos los días o siempre que me apeteciera doblar el espinazo en la huerta, podía coincidir con La Mari. Ella se asomaba por el trozo de muralla más bajo y me saludaba a voz en cuello, y luego me jaleaba a su manera, al mismo tiempo dulce y sarcástica ._ ¡Así me gusta! ¡Así me gusta! A ver cuando catamos esos tomates.
_ Para los tomates todavía falta.
_ Ya podía la Inés contratar un huertano.
_ Aquí no existen los huertanos. Eso será por tu tierra
_ Mi tierra es una tierra de terratenientes.
_ Y ¿Qué es un huertano si no el dueño de una huerta?
_ Pensé que era el que trabajaba.
_ Los amos siempre te dirán que son ellos los que en realidad trabajan._ Respondí.
_ ¡No me hables de trabajar! Sólo sé que si yo fuera la dueña de un hotel como el de Doña Inés, te aseguro que al menos, en lo concerniente a la comida, yo sí que sabría dar calidad, y ahorraba, eso te lo aseguro.
_ ¿Qué le vas a decir a una madre de cinco o siete hijos?_ Le dije, llevándole la corriente. Y seguro que tenía razón.
_ ¡Con el sol que tiene esa huerta! Y que parece una selva. Ni jardín de hotel ni nada. Está en el más completo abandono... Imagínatela dando tomates de aquí, y pimientos. Ahora en primavera, guisantes y las primeras habitas. ¡Esa es comida deliciosa!...Podría también tener calabazas, calabacines. Pero no, mejor es según ella, tirar la casa por la ventana y dar de comer a un montón de tripones a cambio de una reseña en el periódico, que (por cierto ¡No veas cómo están dejando la bodega! ¡Sin existencias! Bien repleta de los mejores caldos la dejó su ex...Ese sí que sabía. Y vete tú luego a saber_ La Mari se meaba de risa_ lo que te ponen, o como te ponen por detrás esos periodistas. Con alguno de ellos ha tenido hasta que irse a la cama, que lo sé yo...Y todo eso es mejor y le sale más barato que contratar a uno aunque sea a media jornada, que le atienda la huerta. ¡Con el paro que va! Con una buena huerta propia no necesitaba ni publicidad. ¡Madre mía!_ Suspiraba ensimismada._ ¡En fin!... A ella le saldrán las cuentas; pero a mí no. Cuando suba ya demasiado la cuenta del frutero, o de la carne...con cambiar de proveedor, todo solucionado. Ya te digo yo, que ese hotel se va a ir a tomar por culo el día menos pensado. Que haga lo que quiera. Mientras a mí me siga dando lo mío.
_ No creo que pueda prescindir de ti, Mari.
_ Pues ya sabes_ dijo ella, despidiéndose_ cuando recojas algo te acuerdas de mí, de La Mari. Una vainillas no me vendrían mal... Pero veo esto todavía, un poco descuidado.
Tenía razón. Se sentía sin arranque. Su cuerpo no estaba hecho al trabajo físico continuo y sostenido. Entre unas parras silvestres, de la pasada temporada, languidecían aún unos tomates Cherry medio secos. Y no quería ni pensar en tomateras. Durante el verano anterior, cargar, cargaron; Pero le dio por lloviznar cuando nadie lo esperaba, y tuvo que terminar por recogerlos verdes antes de que se perdiesen porque les atacaba el mildiu del demonio. Y eso que los había abrigado bien, y los puso en la zona más seca. Pero como no tengas un invernadero. Y la huerta de las monjas, para ser exacto, esa parte mala de la huerta de las monjas, la de entre murallas, estaba sita en una antigua cantera. Por cada azadazo que dabas para remover la tierra te salían cuatro o cinco pedruscos, y la huerta más bien venía aparecer un jardín vertical más que una huerta en condiciones.
Odio trabajar, tanto, que mis posibles memorias tendrá que recopilarlas otra voz cantante, porque hasta pereza me está entrando de hablar siempre de mi mismo.
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Odiaba tener que trabajar, por poco que fuera, la obligación, o los menores compromisos le ponían a prueba con su ya de por sí tocado complejo de inferioridad. Y lo que acaba de rematarle poniéndole por completo fuera de sí, era el que sus planes de iluso se echaran a perder. Volverse uno rico de un único golpe de suerte, fue una posibilidad fugaz a barajar. Sus últimos dineros los había perdido en la máquina de bingo del bar. Se sentía imbécil por completo. Una punzada de frustración no le dejaba ni a sol ni a sombra. Y para colmo, por ahí decían que el Chinchorro, el desgraciado ese, había pillado una buena tajada con lo de la herencia de su madre; a la cual, por descontado, había tenido que atender la hija en los últimos días. También era cierto que al Chinchorro le duraba el capital dos días. primero porque era especialista en malvender, segundo porque lo poco que le daban no tardaba en bebérselo.
Pensó en su Pobre Beoda pues ahí la había conocido, en la huerta donde, él ahora, se encontraba trajinando, donde ella, aquel día hacía ya dos años, casi se medio mata al intentar bajar detrás de su hijo. Pensó en uno de los pocos discursos suyos, de esos que soltaba en el momento locuaz, cuando aún no había terminado la primera cerveza, y la lengua no se le trababa.
" Una esponja que ha sido toda la vida, la mi desgraciada. ¡Y todavía, que se estaba yendo por la pata abajo, me pedía que le diese de beber- ¡Hija! ¡Dame de beber!- Y todavía, mi hermanito detrás, amenazándome con el puño, que no pensara en coger un sólo duro, de lo que se iba a vender, no más de lo que me correspondía...Que lo de ser buena hija no me colaba. Que menudo disgusto le di a nuestra madre el día que llegué a casa preñada... Ya le he dicho a la asistente social que, o controlan a mi hermano, o a mí me va a ser imposible seguir cuidando a mi madre, que por otro lado ni lo merece. Pero yo soy una buena hija, una buena hija."
Todas esas lágrimas había apurado, la infeliz amiga con derecho a roce que se decía modernamente, todas esas noches pasadas. Entonces pensó en la diferencia entre las autoflagelaciones morales de algunos y el maltrato real de otras. Pero él ya no tenía la mente ni para bollos ni para zarandajas. Y el cuerpo, esa tarde, lo sentía dulcemente baldado. Se sentía tan ligero como una pluma. Descubrió que podía entrar perfectamente en trance sólo poniendo su cuerpo al límite. Luego se daría una ducha, y caería tronzado en la cama, su propia cama. Por las noches "el serial", todo en vivo, con lágrimas, mocos y lamentos de su Borrachina Particular había ya llegado al final de su temporada. Sentía mucho dejarla en aquel momento, con el inminente funeral de una madre muerta en su último delirium tremens. Pero creía haber hecho todo lo posible por aconsejarla bien. "Si tu hermano vende lo suyo, que lo venda...Lo está malvendiendo. Tú no hagas lo mismo. No vendas la casa, que es tuya, niel terreno adjunto a la casa. Es tuyo. Te van a dar cuatro perras. Pero todos esos terrenos que quedan entre La Pesquera y El ensanche, valdrán lo suyo el día de mañana. Tú ahora no lo necesitas." "No, no lo necesito. Para lo poco que yo ya necesito, ya tengo. Pienso en mi hijo." "Claro, eso es lo que tienes que hacer, pensar en tu hijo." "Para él será el día de mañana, cuando Dios quiera sea un hombre... Pero mi hermano, vivirá mientras quiera, y mientras tanto en mi casa, y no repondrá ni una triste teja. Lo veo venir, Felipe. Lo veo venir. Igualmente sé que yo tampoco voy a vivir mucho. No quiero acabar como mi madre. Alcohólica pasada, y que mi hijo me vea así. mejor es que me muera pronto, antes de que esto acabe del todo conmigo. Tengo el mismo problema que mi madre, y que mi hermano, es un problema heredado. Y lo he intentado Felipe; Pero no puedo dejarlo." Señalaba su botella de cerveza, y le echaba un trago, y luego otro. Y daba pena ver cómo, sólo con cerveza, eran las doce del medio día del sábado y ya no se tenía. Lo pensó bien. Felipe lo pensó bien. Tendría que ir una o dos horas antes la mañana del domingo, para ayudarla a que se espabilara bien. Los domingos no se celebraban funerales, en eso había habido suerte, se rezaría un responso delante del féretro guardando sus tristes restos mortales e irían el mínimo numeroso cortejo, sólo el cura, el sacristán, los cuatro mozos de la funeraria, la hija, el nieto, el enterrador y él, irían a través de la nave crucero que empezando en la puerta sur de la entrada acababa en la puerta norte de la salida, la que daba justo de frente con la otra del cementerio. Luego él se despediría, tristemente, siguiendo el tono triste de un evento que nunca es alegre. Felipe, dentro de su rudeza era elegante. Siempre había pensado que lo más bajo a lo que podía caer un hombre era a la categoría de caza fortunas._ ¿Quién va a quererme, Felipe ? Si tu eres el único que nos has dado cariño en esta vida, a mí y a mi hijo. ¿Porqué te vas ahora? Sé que te vas a ir en cuanto le de tierra a mi madre, Felipe." Lloriqueaba la víspera sobre su botellín su Pobre Beoda. "Y no me extraña. ¿Quién va a querer cargar con una pobre beoda como yo? Pero no puedo dejarlo, Felipe, no puedo. Es más fuerte que el amor que te tengo, más fuerte que tú y yo. Vete, Felipe. Vete." Y ciertamente eso haría , no iba a tardar mucho en mandarlo todo a freír espárragos. Por la tarde, después del funeral, ya no tendría cuerpo ni para volver a la huerta.