viernes, 26 de marzo de 2021

      



      "Sola, con una hija, decididamente sola y resignadamente conforme, porque nadie puede decir que una persona que vive como yo vivo viva satisfecha... Ya sé, que aunque no trabaje no nos falta el sustento, vivo de bonos sociales: bono social de la luz, bono social del agua, ayuda familiar cuando se me acaba el paro... Pero ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que trabajé. ¿Quién podría contratarme si ya no puedo ni con mi alma? Mi única obligación es mi hija. Ahora ni siquiera me ocupo de mi propio ser físico. Veo cómo me estoy abandonando....Y luego esa ¡maldita manía mía! de compararme a mí misma con las demás, las demás madres...Con otra mujeres. El complejo de inferioridad está ahí. Yo no soy una mujer maltratada. Soy una mujer que no vale nada..."

      La Mística venía por la calle. A esas horas acababa de salir de su misa diaria en los frailes. "Hay muchos santos." Afirmaban los frailes. "Santos sin nombre". La Mística, una mujer alta y delgada, caminaba encorvada hacia adelante y con tal abatimiento que uno podía hasta ver la cruz que cargaba sobre ella, una cruz, que en palabras suyas propias, brotaba de su propio ego, y de ser un brote tierno, habría crecido, y crecido hasta convertirse en un árbol, y de ser un árbol, se habría ido quedando duro y seco hasta convertirse en un madero, el que tenía que arrastrar toda su vida hasta el Monte Gólgota..." No veo el momento- parecía decir su mirada- en que me claven en mi cruz justo al lado de Jesús, mi Jesús. Porque sólo a la sombra de la cruz de Cristo, es cuando siento que mi cruz es un alivio, no es nada, es como de juguete, es muy pequeña." Esos debían de ser los pensamientos que le hacían volver la vista al resto de los mortales y sonreírte. Estaba aquí, en el mundo. Tenía amigos. Podían quedar para La Oración de Las Horas....A él no le importaba quedar. Quizá también estaba ella, la virgen atleta de su vida._ ¿Sabes que te llaman Mística?_ La mujer alta se echó a reír. Su larga melena  oscura le colgaba a la espalda como una especie de toca. Tenía una cara ancha, apaisada, con poca carne, blanca como un lienzo donde el paisaje como lejanos sauces escuálidos y medio caídos pueden ser esas finas venitas azules en las mejillas, cerca de sus grandes ojos  claros y almendrados, con la profundidad de su pupila negra, definida, y el iris en torno a ellas castaño y luminoso. Tenía los labios finos y de color casi bermellón, la dentadura perfecta. Era una mujer guapa, frágil._ ¿Mística? ¡Como Santa Clara! Ese sería todo un piropo para mí._ Dijo ella. Y luego suspiró profundamente. No sabía si sonreír o seguir con aquella seriedad que de pronto le había hecho estirar la cabeza hacia arriba y enderezar la espalda atiesando todo su cuerpo._ Lo que soy es una monja perdida, alguien que equivocó su verdadera vocación, que se descarrió... Eso es lo que soy yo._ Tú nunca fuiste novicia, que yo sepa._ Eran vecinos.  Toda la vida habían sido vecinos... Él la recordaba como a aquella niña de trenzas largas y largas piernas asomando de su faldita corta ¡y con todo el pelo adornado de margaritas! Margaritas que la niña que se había pirado la escuela se pasaba la mañana introduciendo una a una en los huecos que quedaban en sus cabellos trenzados..._ Donde  está mi congregación, no lo sé. pero yo me siento monja._ Y era cierto, tenía cara de monja. Él la miraba fijamente- siempre miro fijamente. Yo soy el que no soy. Soy tan pequeño. Podría escalarme en el cuerpo de esa mujer como un mono a una palmera tierna y cimbreante; pero no dejaría de ser un niño... El niño callaba, la mujer hablaba._ "Os echaré como corderos en medio de lobos." Lo dijo él. En mi caso yo era una ovejita loca. De primeras me escaqueaba de ir a la escuela, que era el redil. A mí me gustaba ser el corderito que el pastor siempre tiene que ir a buscar. Y tengo que confesar que me sigue gustando ese papel._ Suspiró profundamente otra vez, y con una sonrisa pícara añadió:- Tengo que aceptar que ningún hombre, ni mujer, ni siquiera mi propia madre, puede amarme como Él. Por fin me he dado cuenta, que Dios a mí me ama de forma especial. Yo se lo digo. ¿Verdad que soy tu oveja querida, la del lazo azul? Más delicada, más pequeña y traviesa, la que el Niño Pastor lleva siempre con él. Yo no puedo seguir la campana de la oveja pastora. Y los perros pastores me aturden, me asustan, salgo despavorida, y acabo perdiéndome. Soy inmadura, inmadura en la fe. Por eso él ni me deja ni me dejará. Camino, piel con piel, siempre detrás, siempre con él a su lado.  


   





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